viernes, 22 de marzo de 2013

PARA OPINAR HABLAR Y HACER CALLAR



Cada vez que se descorcha una botella se destapa alguna polémica. Que si los vinos van fríos, que si el capuchón bueno es el de estaño, que el corcho sintético es una falta de respeto y tal. Y eso es así, un poco porque en el vino todo es materia de opinión.

Para cortar por lo sano la próxima vez que se destape una botella, en esta nota despejamos diez puntos a favor y en contra de cada una de las charlas clásicas en la materia.

No al hielo en la copa. Para los bebedores de tinto como aperitivo, como compañero de comidas y como quitapenas a contar de las 11 de la mañana, el hielo en la copa es un factor fundamental. Con esas rocas heladas además de bajarle la temperatura, lo diluyen y se evitan la mamúa. Pero a la hora del buen sabor, lo mejor es enfriar el vino en la heladera y alternar una copa de vino con una de agua. El efecto es el mismo. El sabor, no.

Sí a los tragos. Hay una eterna polémica entre los adoradores de la sangría y los puristas del vino. Y la verdad es que en el tema de las combinaciones, ambos tienen razón. Por un lado, los buenos vinos se beben puros. Por otro, los malos o mediocres, ganan mucho con unas rodajas de durazno y azúcar en una eterna y refrescante sangría. Y eso, para no hablar de la coctelería moderna que hoy emplea espumantes para hacer ricos Spritz –como Aperol, con Norton Cosecha Tardía- el tragos de moda que combina bitters con vinos espumantes.

Sí a la fruta. En materia de tintos el mundo se divide en: “a favor de la madera” y “en contra de la madera”. Los primeros argumentan que sin roble un vino no es vino, mientras que los segundos afirman que el roble tergiversa el sabor de la uva. En Bien Jugoso estamos a favor del equilibrio, que siempre se logra cuando la madera no es evidente y la fruta lleva la voz cantante. Para beber madera, sino, siempre será mejor un buen Bourbon.

No al decantador. ¿Cuántos vinos de las décadas de 1970, 1980 o 1990 tomás a la semana? ¿Ninguno? Entonces olvídate del decantador, que sirve precisamente para oxigenar los vinos viejos y a la vez evitar que las borras lleguen a la copa a enturbiar el trago. Gastar dinero en una aparatoso decantador es más bien una inversión para la vitrina de los trofeos que una compra para el uso corriente.

No a los puntajes. Fueron y todavía son una moda: ponerle una nota a un vino es reducirlo a poco y nada, pero también sirve para decirle a un consumidor que, al menos a los ojos del juez, un vino de 93 puntos es más valioso que otro de 90. Ahora, ese mismo juez, con ese mismo vino, en una segunda oportunidad, podrá cambiarle el puntaje. Y eso, para no hablar del consumidor que con toda justicia no sabrá diferenciar entre los 89 y los 90 puntos. En todo caso, siempre será mejor el viejo y mal ponderado: “gusta” y “no gusta” que ahora reedita (y mal) Facebook con su iconografía de pulgares arriba.

Sí a los cupage. Parece mentira, pero en la calle hay gente que suelta de cuerpo afirma “yo solo bebo Cabernet” o “sólo Malbec”. Qué disparate. Es en los cortes o cupage donde se consiguen siempre las mejores expresiones. Es en ellos donde se conservan los misterios del sabor y el arte de las bodegas.

Sí al terruño. Cada vez más se habla en nuestro medio de tipos de suelo y terruño. De hecho, en el último año, algunas bodegas avanzaron sobre el tema y presentaron tintos de una misma línea elaborados con distintos suelos. Para el consumidor de paladar negro, en un futuro será importante distinguir entre suelos para conocer el sabor de los vinos. Eso se nota con la piedra gris de los vinos procedentes de Chile.

No al coulot. Otro clásico es observar la base de la botella y determinar, si esta es cóncava, que se trata de un buen vino. Nada más falso. El coulot, como se lo conoce, no es un índice de calidad o de sabor. Indica, sí, que el bodeguero gastó más plata en la botella y que a usted le costará un poco más de dinero adquirirla. La endidura del culo de la botella es propia de la fábrica y la maquina que hace las botella y no otra tontería que dice que  sirve para que el sommelier se luzca asiéndola con propiedad entre el dedo pulgar y el índice y sirva el vino estirando el brazo cuanto puede en un marasmo que le da una pátina de distinción.

Sí a los blancos y rosados. No me cansaré de decirlo: en nuestro mercado hay una suerte de apartheid invertido que segrega a blancos y rosados respecto de los tintos. Y se da el caso absurdo de gente que no los prueba porque sólo los tintos le resultan viriles. Dele una oportunidad y verás qué sorpresa te llevás al descubrir tus prejuicios de color. Acá tenés algunas opciones blancas; probá variedades como el Risling alemán , Souvignon Blanc Chileno, Torrontes Argentino  o en España Verdejo o Rueda… y alucina.

Sí a las burbujas en toda ocasión. El cava, el champagne o  los espumantes marida horizontalmente  con todas  las comidas. Para más datos, probá con unas papas fritas delgadas y crocantes con un rosado cobrizo de burbujas firmes.

Inspirado en PLANETA JOY 

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