Cada vez que se descorcha una
botella se destapa alguna polémica. Que si los vinos van fríos, que si el
capuchón bueno es el de estaño, que el corcho sintético es una falta de respeto
y tal. Y eso es así, un poco porque en el vino todo es materia de opinión.
Para cortar por lo sano la
próxima vez que se destape una botella, en esta nota despejamos diez puntos a
favor y en contra de cada una de las charlas clásicas en la materia.
No al hielo en la copa. Para los bebedores de tinto como aperitivo,
como compañero de comidas y como quitapenas a contar de las 11 de la mañana, el
hielo en la copa es un factor fundamental. Con esas rocas heladas además de
bajarle la temperatura, lo diluyen y se evitan la mamúa. Pero a la hora del
buen sabor, lo mejor es enfriar el vino en la heladera y alternar una copa de
vino con una de agua. El efecto es el mismo. El sabor, no.
Sí a los tragos. Hay una eterna polémica entre los adoradores de la
sangría y los puristas del vino. Y la verdad es que en el tema de las
combinaciones, ambos tienen razón. Por un lado, los buenos vinos se beben
puros. Por otro, los malos o mediocres, ganan mucho con unas rodajas de durazno
y azúcar en una eterna y refrescante sangría. Y eso, para no hablar de la
coctelería moderna que hoy emplea espumantes para hacer ricos Spritz –como
Aperol, con Norton Cosecha Tardía- el tragos de moda que combina bitters con
vinos espumantes.
Sí a la fruta. En materia de tintos el mundo se divide en: “a favor
de la madera” y “en contra de la madera”. Los primeros argumentan que sin roble
un vino no es vino, mientras que los segundos afirman que el roble tergiversa
el sabor de la uva. En Bien Jugoso estamos a favor del equilibrio, que siempre
se logra cuando la madera no es evidente y la fruta lleva la voz cantante. Para
beber madera, sino, siempre será mejor un buen Bourbon.
No al decantador. ¿Cuántos vinos de las décadas de 1970, 1980 o
1990 tomás a la semana? ¿Ninguno? Entonces olvídate del decantador, que sirve
precisamente para oxigenar los vinos viejos y a la vez evitar que las borras
lleguen a la copa a enturbiar el trago. Gastar dinero en una aparatoso
decantador es más bien una inversión para la vitrina de los trofeos que una
compra para el uso corriente.
No a los puntajes. Fueron y todavía son una moda: ponerle una nota
a un vino es reducirlo a poco y nada, pero también sirve para decirle a un
consumidor que, al menos a los ojos del juez, un vino de 93 puntos es más
valioso que otro de 90. Ahora, ese mismo juez, con ese mismo vino, en una
segunda oportunidad, podrá cambiarle el puntaje. Y eso, para no hablar del
consumidor que con toda justicia no sabrá diferenciar entre los 89 y los 90
puntos. En todo caso, siempre será mejor el viejo y mal ponderado: “gusta” y
“no gusta” que ahora reedita (y mal) Facebook con su iconografía de pulgares
arriba.
Sí a los cupage. Parece mentira, pero en la calle hay gente que
suelta de cuerpo afirma “yo solo bebo Cabernet” o “sólo Malbec”. Qué disparate.
Es en los cortes o cupage donde se consiguen siempre las mejores expresiones.
Es en ellos donde se conservan los misterios del sabor y el arte de las
bodegas.
Sí al terruño. Cada vez más se habla en nuestro medio de tipos de
suelo y terruño. De hecho, en el último año, algunas bodegas avanzaron sobre el
tema y presentaron tintos de una misma línea elaborados con distintos suelos. Para
el consumidor de paladar negro, en un futuro será importante distinguir entre
suelos para conocer el sabor de los vinos. Eso se nota con la piedra gris de
los vinos procedentes de Chile.
No al coulot. Otro clásico es observar la base de la botella y
determinar, si esta es cóncava, que se trata de un buen vino. Nada más falso.
El coulot, como se lo conoce, no es un índice de calidad o de sabor. Indica, sí,
que el bodeguero gastó más plata en la botella y que a usted le costará un poco
más de dinero adquirirla. La endidura del culo de la botella es propia de la fábrica
y la maquina que hace las botella y no otra tontería que dice que sirve para que el sommelier se luzca asiéndola
con propiedad entre el dedo pulgar y el índice y sirva el vino estirando el
brazo cuanto puede en un marasmo que le da una pátina de distinción.
Sí a los blancos y rosados. No me cansaré de decirlo: en nuestro
mercado hay una suerte de apartheid invertido que segrega a blancos y rosados
respecto de los tintos. Y se da el caso absurdo de gente que no los prueba
porque sólo los tintos le resultan viriles. Dele una oportunidad y verás qué
sorpresa te llevás al descubrir tus prejuicios de color. Acá tenés algunas
opciones blancas; probá variedades como el Risling alemán , Souvignon Blanc
Chileno, Torrontes Argentino o en España
Verdejo o Rueda… y alucina.
Sí a las burbujas en toda ocasión. El cava, el champagne o los espumantes marida horizontalmente con todas las comidas. Para más datos, probá con unas
papas fritas delgadas y crocantes con un rosado cobrizo de burbujas firmes.
Inspirado en PLANETA JOY
Muy buenos videos, me gusta la diagramación del blog
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