Las uvas, en la cepa, ansían y se benefician del sol, pero los productores de vino están empezando a preocuparse de que el calentamiento global les esté dando demasiada dosis de algo bueno. Y hacen bien preocupándose, si lo que dicen los científicos es cierto. Los incrementos previstos para este siglo en las temperaturas medias, 2º, 3º y hasta 4 º C podrían significar la ruina de muchos de los viñedos más renombrados de Europa. Las señales de alarma ya abundan.
Los elaboradores competentes respaldan la variabilidad del tiempo, que produce añadas más o menos memorables. Enfrentarse a las fluctuaciones anuales es parte integrante de la alquimia por la que se convierte el zumo de uva en elixir. Pero los veteranos que han cuidado viñas durante decenios hablan hoy de cambios que coinciden a la perfección con los escenarios climáticos amenazantes.
"En general, estamos viendo un aumento en el contenido de alcohol y una disminución de la acidez. Eso es un problema", dice Laurent Audeguin, jefe de investigación y desarrollo en el Instituto Francés de la Viña y del Vino (IFV), donde está la reserva nacional de cepas. "La acidez es crucial para el equilibrio y el sabor del vino, así como para el envejecimiento adecuado", explica.
Demasiado calor y sol, en otras palabras, significa que las uvas maduran con demasiada rapidez, descompensando la delicada relación entre azúcar y ácidos.
Curiosamente, las anteriores generaciones de viticultores arrancaron cepas de maduración tardía y las sustituyeron con clones ligeramente diferentes de las mismas castas -sobre todo merlot, cabernet sauvignon, chardonnay y otra media docena de variedades- que producían fruta más temprana.
"Es cierto que nos hemos centrado mucho en la precocidad en los últimos 40 años", dice Pascal Bloy, quien supervisa las más de 400 castas de uva que se cultivan en el Instituto, cerca de Montpellier. "La idea era conseguir una madurez completa más rápidamente. Ahora nos damos cuenta de que fue probablemente un error".
Eso podría obligar a los productores franceses de vino, especialmente en el sur, a buscar con desesperación soluciones a largo plazo. Bloy está siguiendo de cerca castas procedentes de climas aún más cálidos, como Grecia y Portugal. Pero la identidad de muchas regiones vinícolas de Francia –pese a que se hable siempre de la primacía del "terroir"- está tan estrechamente vinculada a castas específicas que el trasplante de variedades extranjeras es impensable.
Por fortuna, el IFV ha conservado algunos de los clones de maduración lenta rechazados hace decenios, incluidos algunos que se están propagando ahora en parcelas experimentales en Burdeos. Sin embargo, algunos han desaparecido por completo. Más al norte, por ejemplo, el IFV está revisando los viñedos de la región de Charente en busca de cepas viejas de clones duros y resistentes al calor de la casta ugni blanc, que se utiliza para hacer cognac. A la vez, también buscan junto a sus homólogos italianos en la Toscana, de donde es originaria la casta (bajo el nombre de trebbiano).
"Cuanto más nos acerquemos a los viñedos originales, más posibilidades tendremos de encontrar diversidad y cepas aisladas que correspondan a las necesidades de hoy", dice Audeguin.
En Gaillac, otra región bañada por el sol en el suroeste de Francia, un puñado de viticultores disidentes se han topado casi por accidente con una defensa vitícola similar contra el calentamiento global. Impulsados por el orgullo regional y por la búsqueda de nichos de mercado, ignoraron el escepticismo de sus compañeros agricultores y se plantaron uvas de la zona desaparecidas desde hace años en las suaves colinas de Gaillac.
Resulta que varias de estas castas antiguas -algunas, como la mauzac, se remonta a la época de la colonización romana- probablemente les irá mejor que a aquellas a las que han sustituido en un mundo más caliente.
"Estas variedades que estamos redescubriendo están completamente adaptadas a las condiciones climáticas extremas", dice Bernard Plageoles, cuyo padre fue pionero en este esfuerzo hace 30 años.
Coincide con esa visión Michel Issaly, presidente de la principal asociación de viticultores independientes de Francia, quien empezó a notar cambios, antes que nadie, en la fauna y la flora de la región.
"Estamos viendo por primera vez especies de aves del norte de África. En los viñedos, nuevos tipos de malas hierbas crecen a la vez que otras desaparecen", dice.
En el corto plazo, agregó, las temperaturas más cálidas han conducido a una serie de cosechas estelares, como los años 2005 y 2009.
"Lo que es preocupante es lo rápido que el cambio ha tenido lugar. Si el aumento es de uno o dos grados, podemos hacerle frente. Si se trata de mucho más alto, las consecuencias serán dramáticas", dice. "Pero todavía no estamos allí , y es vital que todo el mundo actúa de forma responsable, en términos de viticultura, de uso de agua y de energía, para detener el calentamiento global".
"En general, estamos viendo un aumento en el contenido de alcohol y una disminución de la acidez. Eso es un problema", dice Laurent Audeguin, jefe de investigación y desarrollo en el Instituto Francés de la Viña y del Vino (IFV), donde está la reserva nacional de cepas. "La acidez es crucial para el equilibrio y el sabor del vino, así como para el envejecimiento adecuado", explica.
Demasiado calor y sol, en otras palabras, significa que las uvas maduran con demasiada rapidez, descompensando la delicada relación entre azúcar y ácidos.
Curiosamente, las anteriores generaciones de viticultores arrancaron cepas de maduración tardía y las sustituyeron con clones ligeramente diferentes de las mismas castas -sobre todo merlot, cabernet sauvignon, chardonnay y otra media docena de variedades- que producían fruta más temprana.
"Es cierto que nos hemos centrado mucho en la precocidad en los últimos 40 años", dice Pascal Bloy, quien supervisa las más de 400 castas de uva que se cultivan en el Instituto, cerca de Montpellier. "La idea era conseguir una madurez completa más rápidamente. Ahora nos damos cuenta de que fue probablemente un error".
Eso podría obligar a los productores franceses de vino, especialmente en el sur, a buscar con desesperación soluciones a largo plazo. Bloy está siguiendo de cerca castas procedentes de climas aún más cálidos, como Grecia y Portugal. Pero la identidad de muchas regiones vinícolas de Francia –pese a que se hable siempre de la primacía del "terroir"- está tan estrechamente vinculada a castas específicas que el trasplante de variedades extranjeras es impensable.
Por fortuna, el IFV ha conservado algunos de los clones de maduración lenta rechazados hace decenios, incluidos algunos que se están propagando ahora en parcelas experimentales en Burdeos. Sin embargo, algunos han desaparecido por completo. Más al norte, por ejemplo, el IFV está revisando los viñedos de la región de Charente en busca de cepas viejas de clones duros y resistentes al calor de la casta ugni blanc, que se utiliza para hacer cognac. A la vez, también buscan junto a sus homólogos italianos en la Toscana, de donde es originaria la casta (bajo el nombre de trebbiano).
"Cuanto más nos acerquemos a los viñedos originales, más posibilidades tendremos de encontrar diversidad y cepas aisladas que correspondan a las necesidades de hoy", dice Audeguin.
En Gaillac, otra región bañada por el sol en el suroeste de Francia, un puñado de viticultores disidentes se han topado casi por accidente con una defensa vitícola similar contra el calentamiento global. Impulsados por el orgullo regional y por la búsqueda de nichos de mercado, ignoraron el escepticismo de sus compañeros agricultores y se plantaron uvas de la zona desaparecidas desde hace años en las suaves colinas de Gaillac.
Resulta que varias de estas castas antiguas -algunas, como la mauzac, se remonta a la época de la colonización romana- probablemente les irá mejor que a aquellas a las que han sustituido en un mundo más caliente.
"Estas variedades que estamos redescubriendo están completamente adaptadas a las condiciones climáticas extremas", dice Bernard Plageoles, cuyo padre fue pionero en este esfuerzo hace 30 años.
Coincide con esa visión Michel Issaly, presidente de la principal asociación de viticultores independientes de Francia, quien empezó a notar cambios, antes que nadie, en la fauna y la flora de la región.
"Estamos viendo por primera vez especies de aves del norte de África. En los viñedos, nuevos tipos de malas hierbas crecen a la vez que otras desaparecen", dice.
En el corto plazo, agregó, las temperaturas más cálidas han conducido a una serie de cosechas estelares, como los años 2005 y 2009.
"Lo que es preocupante es lo rápido que el cambio ha tenido lugar. Si el aumento es de uno o dos grados, podemos hacerle frente. Si se trata de mucho más alto, las consecuencias serán dramáticas", dice. "Pero todavía no estamos allí , y es vital que todo el mundo actúa de forma responsable, en términos de viticultura, de uso de agua y de energía, para detener el calentamiento global".
Los elaboradores competentes respaldan la variabilidad del tiempo, que produce añadas más o menos memorables. Enfrentarse a las fluctuaciones anuales es parte integrante de la alquimia por la que se convierte el zumo de uva en elixir. Pero los veteranos que han cuidado viñas durante decenios hablan hoy de cambios que coinciden a la perfección con los escenarios climáticos amenazantes.
"En general, estamos viendo un aumento en el contenido de alcohol y una disminución de la acidez. Eso es un problema", dice Laurent Audeguin, jefe de investigación y desarrollo en el Instituto Francés de la Viña y del Vino (IFV), donde está la reserva nacional de cepas. "La acidez es crucial para el equilibrio y el sabor del vino, así como para el envejecimiento adecuado", explica.
Demasiado calor y sol, en otras palabras, significa que las uvas maduran con demasiada rapidez, descompensando la delicada relación entre azúcar y ácidos.
Curiosamente, las anteriores generaciones de viticultores arrancaron cepas de maduración tardía y las sustituyeron con clones ligeramente diferentes de las mismas castas -sobre todo merlot, cabernet sauvignon, chardonnay y otra media docena de variedades- que producían fruta más temprana.
"Es cierto que nos hemos centrado mucho en la precocidad en los últimos 40 años", dice Pascal Bloy, quien supervisa las más de 400 castas de uva que se cultivan en el Instituto, cerca de Montpellier. "La idea era conseguir una madurez completa más rápidamente. Ahora nos damos cuenta de que fue probablemente un error".
Eso podría obligar a los productores franceses de vino, especialmente en el sur, a buscar con desesperación soluciones a largo plazo. Bloy está siguiendo de cerca castas procedentes de climas aún más cálidos, como Grecia y Portugal. Pero la identidad de muchas regiones vinícolas de Francia –pese a que se hable siempre de la primacía del "terroir"- está tan estrechamente vinculada a castas específicas que el trasplante de variedades extranjeras es impensable.
Por fortuna, el IFV ha conservado algunos de los clones de maduración lenta rechazados hace decenios, incluidos algunos que se están propagando ahora en parcelas experimentales en Burdeos. Sin embargo, algunos han desaparecido por completo. Más al norte, por ejemplo, el IFV está revisando los viñedos de la región de Charente en busca de cepas viejas de clones duros y resistentes al calor de la casta ugni blanc, que se utiliza para hacer cognac. A la vez, también buscan junto a sus homólogos italianos en la Toscana, de donde es originaria la casta (bajo el nombre de trebbiano).
"Cuanto más nos acerquemos a los viñedos originales, más posibilidades tendremos de encontrar diversidad y cepas aisladas que correspondan a las necesidades de hoy", dice Audeguin.
En Gaillac, otra región bañada por el sol en el suroeste de Francia, un puñado de viticultores disidentes se han topado casi por accidente con una defensa vitícola similar contra el calentamiento global. Impulsados por el orgullo regional y por la búsqueda de nichos de mercado, ignoraron el escepticismo de sus compañeros agricultores y se plantaron uvas de la zona desaparecidas desde hace años en las suaves colinas de Gaillac.
Resulta que varias de estas castas antiguas -algunas, como la mauzac, se remonta a la época de la colonización romana- probablemente les irá mejor que a aquellas a las que han sustituido en un mundo más caliente.
"Estas variedades que estamos redescubriendo están completamente adaptadas a las condiciones climáticas extremas", dice Bernard Plageoles, cuyo padre fue pionero en este esfuerzo hace 30 años.
Coincide con esa visión Michel Issaly, presidente de la principal asociación de viticultores independientes de Francia, quien empezó a notar cambios, antes que nadie, en la fauna y la flora de la región.
"Estamos viendo por primera vez especies de aves del norte de África. En los viñedos, nuevos tipos de malas hierbas crecen a la vez que otras desaparecen", dice.
En el corto plazo, agregó, las temperaturas más cálidas han conducido a una serie de cosechas estelares, como los años 2005 y 2009.
"En general, estamos viendo un aumento en el contenido de alcohol y una disminución de la acidez. Eso es un problema", dice Laurent Audeguin, jefe de investigación y desarrollo en el Instituto Francés de la Viña y del Vino (IFV), donde está la reserva nacional de cepas. "La acidez es crucial para el equilibrio y el sabor del vino, así como para el envejecimiento adecuado", explica.
Demasiado calor y sol, en otras palabras, significa que las uvas maduran con demasiada rapidez, descompensando la delicada relación entre azúcar y ácidos.
Curiosamente, las anteriores generaciones de viticultores arrancaron cepas de maduración tardía y las sustituyeron con clones ligeramente diferentes de las mismas castas -sobre todo merlot, cabernet sauvignon, chardonnay y otra media docena de variedades- que producían fruta más temprana.
"Es cierto que nos hemos centrado mucho en la precocidad en los últimos 40 años", dice Pascal Bloy, quien supervisa las más de 400 castas de uva que se cultivan en el Instituto, cerca de Montpellier. "La idea era conseguir una madurez completa más rápidamente. Ahora nos damos cuenta de que fue probablemente un error".
Eso podría obligar a los productores franceses de vino, especialmente en el sur, a buscar con desesperación soluciones a largo plazo. Bloy está siguiendo de cerca castas procedentes de climas aún más cálidos, como Grecia y Portugal. Pero la identidad de muchas regiones vinícolas de Francia –pese a que se hable siempre de la primacía del "terroir"- está tan estrechamente vinculada a castas específicas que el trasplante de variedades extranjeras es impensable.
Por fortuna, el IFV ha conservado algunos de los clones de maduración lenta rechazados hace decenios, incluidos algunos que se están propagando ahora en parcelas experimentales en Burdeos. Sin embargo, algunos han desaparecido por completo. Más al norte, por ejemplo, el IFV está revisando los viñedos de la región de Charente en busca de cepas viejas de clones duros y resistentes al calor de la casta ugni blanc, que se utiliza para hacer cognac. A la vez, también buscan junto a sus homólogos italianos en la Toscana, de donde es originaria la casta (bajo el nombre de trebbiano).
"Cuanto más nos acerquemos a los viñedos originales, más posibilidades tendremos de encontrar diversidad y cepas aisladas que correspondan a las necesidades de hoy", dice Audeguin.
En Gaillac, otra región bañada por el sol en el suroeste de Francia, un puñado de viticultores disidentes se han topado casi por accidente con una defensa vitícola similar contra el calentamiento global. Impulsados por el orgullo regional y por la búsqueda de nichos de mercado, ignoraron el escepticismo de sus compañeros agricultores y se plantaron uvas de la zona desaparecidas desde hace años en las suaves colinas de Gaillac.
Resulta que varias de estas castas antiguas -algunas, como la mauzac, se remonta a la época de la colonización romana- probablemente les irá mejor que a aquellas a las que han sustituido en un mundo más caliente.
"Estas variedades que estamos redescubriendo están completamente adaptadas a las condiciones climáticas extremas", dice Bernard Plageoles, cuyo padre fue pionero en este esfuerzo hace 30 años.
Coincide con esa visión Michel Issaly, presidente de la principal asociación de viticultores independientes de Francia, quien empezó a notar cambios, antes que nadie, en la fauna y la flora de la región.
"Estamos viendo por primera vez especies de aves del norte de África. En los viñedos, nuevos tipos de malas hierbas crecen a la vez que otras desaparecen", dice.
En el corto plazo, agregó, las temperaturas más cálidas han conducido a una serie de cosechas estelares, como los años 2005 y 2009.
"Lo que es preocupante es lo rápido que el cambio ha tenido lugar. Si el aumento es de uno o dos grados, podemos hacerle frente. Si se trata de mucho más alto, las consecuencias serán dramáticas", dice. "Pero todavía no estamos allí , y es vital que todo el mundo actúa de forma responsable, en términos de viticultura, de uso de agua y de energía, para detener el calentamiento global".
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