A nadie le gusta llevarse un chasco. Pero eso es justamente lo que pasa cuando se estropea tu tinto favorito por seguir ciertas malas costumbres, como guardarlo en un lugar inadecuado. Evitá malos tragos. Te contamos cuáles son los errores más comunes que arruinan un vino.
1. Pifiarle a la temperatura
Que los espumantes se tomen fríos, los blancos frescos y los tintos a la mal llamada “temperatura ambiente”, no es un capricho. La acidez de los blancos y espumantes suele ser más elevada que la de los tintos, por eso necesitan estar fríos, sino es lo mismo que morder un limón. En cambio, en los tintos, el frío atenúa el alcohol pero bloquea aromas y los taninos se ponen ásperos. Lo ideal es tomarlo entre los 14°C y los 18ºC. Para las burbujas, 8°C; para los blancos 10ºC.
2. Máquina tramposa
No ves la hora de probar un blanco que acabás de comprar y lo llevás al freezer para que alcance la temperatura justa más rápido. ¡Error! Al menor descuido se congela el vino y revienta la botella. En lugar de tomar unas copitas vas a terminar limpiando astillas de vidrio. Lo mejor es la frapera, con 1/4 de hielo y 2/4 de agua. En quince minutos lo tenés listo para beber.
3. Maridajes nefastos
Existen alimentos que al combinarse con vino nos dejan un sabor espantoso. Encabezan la lista los alcauciles, siguen los espárragos, los repollitos de Bruselas y todos aquellos verdes fibrosos de marcado sabor amargo. Acentúan los taninos de los tintos y transforma en secante la acidez de los blancos. Otros archirrivales son los platos muy salados, los picantes y la yema de huevo cruda.
4. Competencia de cartel
Un buen maridaje no tiene por qué incluir platos elaboradísimos. Todo lo contrario. Si acompañás uno de esos vinos consagrados con una enjundiosa preparación, lo más probable es que ambos se codeen en tu paladar como lo harían dos vedettongas en el Maipo, y ambos pasen sin pena ni gloria. Lo ideal es recurrir a productos más bien simples.
5. La habitación asesina
Sin dudas, la cocina es la que más victimas vínicas se ha cobrado en la historia. Los diseñadores de muebles se empecinan rellenar huecos con bodeguitas, cuando es el peor lugar que podés elegir para guardarlas: es donde hay mayor variación de temperaturas. Prender el horno dispara el termómetro en minutos. Esos cambios cotidianos cocinan literalmente a los vinos y a la hora del descorche los encontrarás alterados en sabores, aromas y color.
6. Olores invasivos
Ya estabas al tanto del clásico error de guardar botellas en la cocina, y tenés un buen rincón fresco, con temperatura estable todo el año… en el mueble donde tenés los productos de limpieza y perfumería. Si no querés que tu Malbec favorito huela a lavandina, sácalo ya mismo de ahí. Los aromas de estos artículos, increíblemente, penetran el corcho. Pasa lo mismo si lo dejás cerca de alimentos de aromas invasivos. ¿Te imaginas un Cabernet con olor a bacalao?
7. Copas no hay
El recipiente donde se sirve el vino no es un tema menor. Si se recomienzan copas de cristal es porque es el material más noble por ser aséptico, no tener aromas y es fácil de limpiar. No hay chance de que altere las virtudes del vino, si se lo cuida. Que tu ansiedad no te lleve a beber tu botella más preciada en vasitos de plástico, a falta de copas. El vino es muy susceptible a los aromas. ¿No hay copas? Buscá un vaso de vidrio y asegurate de que esté bien limpio.
8. Madurar a la fuerza
No siempre más viejo es mejor. Durante la estiba los vinos afinan su textura, redondean sus sabores y hasta desarrollan complejos aromas… sólo si fueron elaborados con tal fin, es decir, con crianza en barrica y estructura para desafiar al tiempo. Además, necesitan condiciones de guarda óptimas (temperatura, humedad, etc.), algo difícil de encontrar en cualquier lugar. Consejo: si te regalan un gran vino, buscá la ocasión para disfrutarlo; guardarlo sin los cuidados mínimos es atesorar el vinagre mas caro de tu vida.
9. Sentido de oportunidad
Está claro que si leés estas líneas te gusta el vino, pero tené en cuenta que no todo el mundo se vuelve loco ante los atributos del Malbec. Si decidiste agasajar a tus compañeros de papi fútbol con una exclusiva botella y mandan al buche el vino sin muchas vueltas, o lo que es peor, le clavan un chorrito de soda, no desesperes. Para la próxima, elegí otro vino más acorde al momento.
10. No es un trofeo
Llega a tus manos una botella de vino que sabés es muy codiciada. Buscás un lindo lugar donde exhibirla, para impresionar a quienes te visitan. Si algún día finalmente decidís abrirla seguramente te lleves un chasco. Dejar la botella parada y expuesta a la luz hace que todo su contenido se pudra. Los vinos son para tomar, no para pasarle el plumero.
Fuente JOY Alejandro Iglesias
1. Pifiarle a la temperatura
Que los espumantes se tomen fríos, los blancos frescos y los tintos a la mal llamada “temperatura ambiente”, no es un capricho. La acidez de los blancos y espumantes suele ser más elevada que la de los tintos, por eso necesitan estar fríos, sino es lo mismo que morder un limón. En cambio, en los tintos, el frío atenúa el alcohol pero bloquea aromas y los taninos se ponen ásperos. Lo ideal es tomarlo entre los 14°C y los 18ºC. Para las burbujas, 8°C; para los blancos 10ºC.
2. Máquina tramposa
No ves la hora de probar un blanco que acabás de comprar y lo llevás al freezer para que alcance la temperatura justa más rápido. ¡Error! Al menor descuido se congela el vino y revienta la botella. En lugar de tomar unas copitas vas a terminar limpiando astillas de vidrio. Lo mejor es la frapera, con 1/4 de hielo y 2/4 de agua. En quince minutos lo tenés listo para beber.
3. Maridajes nefastos
Existen alimentos que al combinarse con vino nos dejan un sabor espantoso. Encabezan la lista los alcauciles, siguen los espárragos, los repollitos de Bruselas y todos aquellos verdes fibrosos de marcado sabor amargo. Acentúan los taninos de los tintos y transforma en secante la acidez de los blancos. Otros archirrivales son los platos muy salados, los picantes y la yema de huevo cruda.
4. Competencia de cartel
Un buen maridaje no tiene por qué incluir platos elaboradísimos. Todo lo contrario. Si acompañás uno de esos vinos consagrados con una enjundiosa preparación, lo más probable es que ambos se codeen en tu paladar como lo harían dos vedettongas en el Maipo, y ambos pasen sin pena ni gloria. Lo ideal es recurrir a productos más bien simples.
5. La habitación asesina
Sin dudas, la cocina es la que más victimas vínicas se ha cobrado en la historia. Los diseñadores de muebles se empecinan rellenar huecos con bodeguitas, cuando es el peor lugar que podés elegir para guardarlas: es donde hay mayor variación de temperaturas. Prender el horno dispara el termómetro en minutos. Esos cambios cotidianos cocinan literalmente a los vinos y a la hora del descorche los encontrarás alterados en sabores, aromas y color.
6. Olores invasivos
Ya estabas al tanto del clásico error de guardar botellas en la cocina, y tenés un buen rincón fresco, con temperatura estable todo el año… en el mueble donde tenés los productos de limpieza y perfumería. Si no querés que tu Malbec favorito huela a lavandina, sácalo ya mismo de ahí. Los aromas de estos artículos, increíblemente, penetran el corcho. Pasa lo mismo si lo dejás cerca de alimentos de aromas invasivos. ¿Te imaginas un Cabernet con olor a bacalao?
7. Copas no hay
El recipiente donde se sirve el vino no es un tema menor. Si se recomienzan copas de cristal es porque es el material más noble por ser aséptico, no tener aromas y es fácil de limpiar. No hay chance de que altere las virtudes del vino, si se lo cuida. Que tu ansiedad no te lleve a beber tu botella más preciada en vasitos de plástico, a falta de copas. El vino es muy susceptible a los aromas. ¿No hay copas? Buscá un vaso de vidrio y asegurate de que esté bien limpio.
8. Madurar a la fuerza
No siempre más viejo es mejor. Durante la estiba los vinos afinan su textura, redondean sus sabores y hasta desarrollan complejos aromas… sólo si fueron elaborados con tal fin, es decir, con crianza en barrica y estructura para desafiar al tiempo. Además, necesitan condiciones de guarda óptimas (temperatura, humedad, etc.), algo difícil de encontrar en cualquier lugar. Consejo: si te regalan un gran vino, buscá la ocasión para disfrutarlo; guardarlo sin los cuidados mínimos es atesorar el vinagre mas caro de tu vida.
9. Sentido de oportunidad
Está claro que si leés estas líneas te gusta el vino, pero tené en cuenta que no todo el mundo se vuelve loco ante los atributos del Malbec. Si decidiste agasajar a tus compañeros de papi fútbol con una exclusiva botella y mandan al buche el vino sin muchas vueltas, o lo que es peor, le clavan un chorrito de soda, no desesperes. Para la próxima, elegí otro vino más acorde al momento.
10. No es un trofeo
Llega a tus manos una botella de vino que sabés es muy codiciada. Buscás un lindo lugar donde exhibirla, para impresionar a quienes te visitan. Si algún día finalmente decidís abrirla seguramente te lleves un chasco. Dejar la botella parada y expuesta a la luz hace que todo su contenido se pudra. Los vinos son para tomar, no para pasarle el plumero.
Fuente JOY Alejandro Iglesias
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