OPINION
¿Cuál es el verdadero peligro frente al que hay que defender al vino de origen, artesanal, 'noble': el otro vino, ése industrial, manipulado, 'de supermercado', o más bien los múltiples enemigos del vino en una era de 'neoprohibicionismo'? Hace muy poco años, la Academia Internacional del Vino habría respondido sin dudarlo que el primero. En 2010, durante su simposio anual de invierno, nadie ha rechistado cuando su presidente, el chileno Mariano Fernández Amunátegui, ha insistido en que "la amenaza viene contra el vino y su consumo en general, y el vino industrial es complementario del vino artesanal porque a través de él pueden llegar millones de personas a su consumo y, más adelante, interesarse por su verdadera cultura".
Cuando la Academia se fundó hace 40 años, aún subsistía en Europa el consumo de enormes cantidades de vino a granel de escasa calidad, que formaba parte de la dieta diaria de las clases medias y trabajadoras. La razón de ser de los, entonces, poco numerosos y poco considerados productores de calidad a pequeña escala era reafirmar el vino honrado, tradicional y de origen, frente a aquellos infraproductos.
Ahora no sólo ha cambiado la dieta y caído drásticamente, en los países tradicionalmente productores, el consumo per cápita, sino que al mismo tiempo ha desaparecido aquellos vinos de 'litrona'. Sus sucesores a precio modesto, a la venta en grandes superficies, podrán ser tildados de 'industriales', pero están hechos pulcramente, sin defectos técnicos, y se beben agradablemente. Siguen sin ser el producto natural y tradicional, pero no son un enemigo: están en otro nicho de mercado, responden a otro tipo de consumo, pero a la vez pueden suscitar en los nuevos consumidores una curiosidad sana por otras cosas mejores.
Así las cosas, la Academia, reunida en Ginebra, ha alzado una voz de alarma ante los embates que, al socaire de la protección del consumidor y de la lucha contra el alcoholismo, se están desatando contra el vino en países como España o Francia. Y los académicos han reconocido que el sector no se ha movido lo suficientemente, ni ha sabido convencer a ciertos interlocutores en los mundos de la Administración o la Sanidad, de los beneficios reales del consumo equilibrado de vino -que siempre acompaña a la comida- ni de la diferencia cuantitativa y cualitativa entre el alcohol destilado –es decir, forzado para aumentar su efecto embriagador- de los aguardientes y licores y el alcohol producto de la ferementación natural del vino. Que no es más dañino que el azúcar, la sal o la grasa: elementos básicos de la alimentación, pero de los que no se debe abusar.
La tarea para los próximos años está así clara: lograr al fin, con mucha más actividad didáctica e informativa, sacar al vino del gueto de las drogas duras que ignorantes como una ex ministra de Sanidad española llevan años intentando meterlo...o sacarlo también de los circuitos de aquellos que so capa de mostrar la cultura del vino venden con sus ferias y festejos lo más nefasto del mosto la embriagadez y el desatino.
Victor de la Serna
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